¿Por qué?
Porque el matrimonio es la unión de un hombre y una mujer.
El Sol siempre giró alrededor de la Tierra y era de una obviedad concluyente: bastaba levantar la vista y ver el Sol que iba de este a oeste cada día. Aristarco de Samos, 200 años antes de Cristo dijo que siendo el Sol, a ojo de buen cubero, más grande que la Tierra, quizás fuese al revés. Copérnico, en el siglo 16 llegó a medir distancias y volúmenes y concluyó que, pese a lo que se veía, la Tierra giraba alrededor del Sol. Johannes Kepler perfeccionó la idea al advertir que la trayectoria de los planetas era elíptica, no circular. Galileo Galilei descubrió los satélites que giraban alrededor de Júpiter y pensó que quizás entonces Júpiter y sus satélites eran un modelo del sistema solar.
La Tierra, entonces, contra toda evidencia, empezaba a girar alrededor del Sol.
La Biblia decía otra cosa y el Vaticano intentó tapar la realidad con el mensaje del orden natural, de que siempre había sido así. Dicen que Galileo no pronunció la famosa frase “Y sin embargo se mueve” cuando lo amenazaron con quemarlo vivo si no desmentía sus investigaciones. En realidad, no hacía falta.
Se movía igual.
Giordano Bruno, al que la santa iglesia católica apostólica y romana quemó vivo por decir que la Tierra no era el centro del universo, sí le dijo a su Papa asesino: “Tiemblan más ustedes al anunciar esta sentencia que yo al recibirla”. Los dueños del orden natural no están cómodos cuando su orden se demuestra falso.
Que el matrimonio es la unión entre hombre y mujer es algo que ha resultado tan natural que mucha gente no se lo ha cuestionado jamás y les resulta increíble que se cuestione. Pero se cuestiona. En los últimos años, un número cada vez mayor de personas, acá y en todas partes, lo cuestiona.
¿Cómo fue que llegamos a esto?
Cuando en pleno pánico por el mundo nuevo que aparecía gracias a Colón, Lutero y Gutenberg (quienes descubrieron consecutivamente que el mundo era geográficamente distinto a como se pensaba, que podía ser pensado en otra clave religiosa y que todos podían llegar a saberlo gracias a la imprenta) la Iglesia Católica llamó al Concilio de Trento (1545-1546), que perfeccionó el de Letrán, de 1215, en donde instrumentó la Contrarreforma, determinando el eje moral de los próximos quinientos años.
Allí se reafirmó que todo el sexo que no tuviera un fin reproductivo era un “pecado nefando”. Nefando es aquello de lo que no se puede hablar. Si no se puede hablar no existe. El matrimonio no se constituyó naturalmente entre un hombre y una mujer. Fue una decisión política de la institución más poderosa del mundo de hace 500 años, mantenida a tortura y hoguera. Se persiguió no sólo otro tipo de unión, sino aun hablar de su existencia.
Es increíble que mucha gente crea que esto es “natural”.
Al “no existir” no heterosexuales al momento de desarrollar los códigos civiles, los legisladores ni consideraron la posibilidad de que aquellos que no existían tuvieran derechos. En ese tiempo, en ese contexto, se entendía. Era como legislar para marcianos. No había marcianos. Todos eran heterosexuales.
Pasó mucha sangre bajo el puente. La Tierra siempre giró alrededor del Sol, aunque no fuese evidente. Nunca en el mundo hubo sólo heterosexuales, aunque no fuese evidente.
Recién a fines del siglo XX la humanidad empezó a ver que en la naturaleza hay también hombres y mujeres homosexuales. Hay bisexuales. Hay transexuales. Hay transgénero. Y eso es lo que se sabe hasta ahora. O mejor, lo que yo sé hasta ahora. Todos nacimos de la unión de un óvulo y un espermatozoide, por lo tanto todos somos iguales.
Exigirle al Estado el mismo derecho a todos los derechos, no es sólo cuestión de derecho, es cuestión de igualdad.
No se puede aceptar una legislación especial.
No puedo aceptar ser un kelper en mi país.
Y los ciudadanos del país no deberían aceptar que hubiera kelpers.
Si los heterosexuales tienen posibilidad de gozar y sufrir de matrimonio y unión civil, no hay ninguna razón para que los que no somos heterosexuales debamos conformarnos con unión civil solamente. Los mismos derechos, con los mismos nombres, si es cierto que debemos ser iguales ante la ley.
No sé si quiero casarme, no tengo la oportunidad de saberlo.
Hoy, mientras el Estado me lo prohíba, sólo puedo decir que no puedo casarme.
Para los no heterosexuales, decir “no me quiero casar” es mentira. Si los no heterosexuales lo decimos, es sólo el síndrome de la zorra que dice que no le gustan las uvas, porque no las alcanza. No querer casarse es un privilegio de heterosexuales. Un privilegio que no les molesta tener y que quieren mantener a toda costa, incluso aquellos a quienes les fue mal en el matrimonio, como la señora Michetti. Está de moda ahora en cierta progresía quejarse: “¿Al final tanto lío para terminar pidiendo por una institución que ya demostró su fracaso en todos los frentes?”.
No es cierto. El matrimonio es muchísimo menos importante que la igualdad. Pero la igualdad lo incluye. Los heterosexuales tienen un privilegio por el solo hecho de serlo. Contra eso luchamos.
Al animarnos a enfrentar el mandato “nefando” muchas cortinas se descorrieron. Nuestras familias, amigos y compañeros de trabajo supieron que no había nada que ocultar. Que podemos ser buenas o malas personas, pero que en eso nada tiene que ver nuestra sexualidad. Hoy la sociedad sabe que no hay diferencias de valor entre un heterosexual y alguien que no lo es. Lo comprueba a diario. Entonces ¿qué esperan?
No nos vamos a conformar con unión civil porque no hay una sola razón para que el Estado mantenga la diferenciación de derechos entre quienes son heterosexuales y quienes no lo son.
Los no heterosexuales tenemos que poder decir: “Sí, no quiero”.
Las leyes deben ser para todos, no puede importar si uno es heterosexual o no.
No nos subestimen, no estamos pidiendo sólo el derecho a casarnos, aunque también lo exigimos. Estamos pidiendo ser legalmente iguales.
¿Tanto cuesta entenderlo?
El Estado privilegia a los heterosexuales por sobre los homosexuales. La única razón es que son mayoría. Permitirlo es seguir asegurando que el Sol gira alrededor de la Tierra.
Nota de Osvaldo Bazán - Periodista (Julio de 2010).
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